domingo, 27 de marzo de 2011

Al encuentro con la Palabra




V Domingo de Cuaresma (Jn 11,1-45).
Jesús, Palabra de vida con poder para vencer la muerte.
Llegamos al último domingo de cuaresma, ofreciendo la liturgia de la Iglesia como texto de reflexión el último de los siete signos de poder, que Jesús realiza en el evangelio de Juan para revelar su proyecto de salvación (el primero, el agua convertida en vino, 2,1-12; el segundo, la curación del hijo de un funcionario real, 4,46-54; el tercero, la curación del enfermo en la piscina de Betesda, 5,1-18; el cuarto, la multiplicación de los panes, 6,1-15; el quinto, Jesús caminando sobre el mar, 6,16-21; el sexto, la curación del ciego de nacimiento, 9,1-41; y el séptimo, la resurrección de Lázaro (11,1-45). En la Sagrada Escritura el “siete” es símbolo de plenitud, por lo que es significativo que el séptimo signo se realice revelando el poder que Jesús tiene para devolver la vida, confirmando el fin último de su misión, que ya había revelado en Jn 10,10: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.
La familia de Betania, Marta, María y Lázaro, representa a la Iglesia que tiene el reto de construir la comunión fortaleciendo los lazos fraternos, inspirados en la común experiencia de la amistad con Jesús; precisamente Betania, nombre hebreo, significa “la casa del amigo”. Entre los cristianos de finales del siglo primero o principios del segundo, cuando se escribe la obra de Juan, la muerte de sus miembros no dejaba de ser un drama que ensombrecía el ánimo y cuestionaba la fe; como lo sigue siendo para nosotros dos mil años después, cuando tenemos que separarnos de las personas que amamos. El texto del evangelio revela a un Jesús profundamente humano ante la experiencia de la muerte: se traslada a Betania para consolar a Marta y María, sus amigas; se conmueve hasta derramar lágrimas por la muerte de Lázaro, su amigo; y pide visitar la tumba donde habían depositado el cuerpo. Pero también el texto revela el sentido trascendente que para los cristianos ha de tener la muerte: Jesús conscientemente se demora en ir a Betania cuando le avisan que Lázaro está enfermo, buscando mostrar que tiene el poder para devolver la vida, pero no evita la muerte física, la cual es parte del ciclo biológico que hemos de cerrar; para Jesús la muerte significa dormirse, con la esperanza de despertar a la mañana de un nuevo día; su Palabra  recrea la vida a la manera que se describe en el libro del Génesis, basta que lo diga para que suceda: “¡Lázaro, sal fuera! El muerto salió…”
Marta y María, en sus cuestionamientos a Jesús, reflejan la resistencia humana de los creyentes de todos los tiempos, para aceptar que necesitamos dormirnos en la experiencia de la muerte, y solo así poder ser despertados a la vida plena por el poder de la voz misericordiosa de Jesús (dormir para despertar, implica continuidad y discontinuidad).  
Señor, que te revelas a nosotros como la resurrección y la vida, desata los vendajes de muerte que no nos permiten hoy andar; y cuando llegue el momento de dormir el sueño final de esta vida, haznos despertar a la belleza de la eternidad.

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