martes, 21 de enero de 2014

Al encuentro con la Palabra


II Domingo Ordinario (Jn 1,29-34)
"Yo lo he visto y doy testimonio de que es el Hijo de Dios" 

Algunos ambientes cristianos del siglo I, tuvieron mucho interés en no ser confundidos con los seguidores del Bautista. La diferencia según ellos, era abismal. Los "bautistas" vivían de un rito externo que no transformaba a las personas: un bautismo de agua. Los "cristianos", por el contrario, se dejaban trasformar internamente por el Espíritu de Jesús. Espíritu que los ha de animar, impulsar y transformar.

De ahí que los evangelistas se esfuerzan por diferenciar bien el bautismo de Jesús del bautismo de Juan. El bautismo de Jesús sumerge a los suyos en el Espíritu Santo; es el "baño interior" que penetra, empapa y transforma el corazón de la persona; es fuente de vida nueva; es la recepción del Espíritu de amor, capaz de liberarnos de la cobardía y del egoísmo para abrirnos al amor solidario, gratuito y compasivo; es la recepción del Espíritu de conversión a Dios, capaz de hacernos vivir con sus criterios, actitudes, su corazón y su sensibilidad hacia quienes viven sufriendo; es la recepción del Espíritu de renovación que crea en nosotros un corazón nuevo para crecer en la capacidad de ser más fieles al evangelio.

Llegar a afirmar con los labios que Jesús es el "Cordero de Dios", es comprometerse con el corazón para vivir con la convicción de que Jesus es el cordero que con el Amor y con su mansedumbre quita el pecado del mundo. Jesús nunca ha dejado de ser cordero: manso, bueno, lleno de amor, cercano a los pequeños, cercano a los pobres.

El evangelio pone a Jesús entre la gente, curaba a todos, enseñaba, rezaba. Pero, tan débil Jesús: como un cordero. Pero ha tenido la fuerza para cargar sobre sí todos nuestros pecados: todos. 

Jesús ha venido para para perdonar, para traer la paz en el mundo, pero primero en el corazón. Quizá cada uno de nosotros tiene una tormenta en el corazón, una oscuridad en el corazón, o se siente un poco triste por alguna culpa... Él ha venido a quitar todo eso. Él nos da la paz, Él lo perdona todo. "He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado", ¡pero quita el pecado con la raíz y todo! Esta es la salvación de Jesús, con su amor y su mansedumbre. Al oír esto que dice Juan el Bautista , que da testimonio de Jesús como Salvador.

Gracias Padre de amor, porque nos muestras siempre formas nuevas para reconocer tu amor y mansedumbre en nuestra vida. Gracias porque en tu Hijo, nos concedes la gracia de liberarnos de nuestros pecados.  Que el Espíritu que descendió y se posó sobre Jesús, haga lo mismo en nosotros para crecer en la confianza en Jesús.

No hay comentarios:

Publicar un comentario