domingo, 25 de marzo de 2012

Al encuentro con la Palabra


V Domingo de Cuaresma (Jn 12, 22-33)
“El que quiera conservar su vida la perderá”

El quinto Domingo de Cuaresma es el último Domingo de nuestro camino cuaresmal. Estamos a una semana de iniciar la Semana Santa, para entrar con Jesús a celebrar el Misterio de su Pascua. Él se encuentra ya en Jerusalén para celebrar junto con cantidad de gente venida de muchas partes. Los dos últimos domingos de Cuaresma, tratan de introducirnos en el Misterio de la Cruz.
El texto de hoy se inicia relatando que algunos griegos habían venido a Jerusalén y le dicen a Felipe: “Queremos ver a Jesús”. Estas personas probablemente  son no judíos que simpatizan con el judaísmo y que han subido a Jerusalén también para celebrar la Pascua. Acuden a Felipe y Andrés para que los presenten con Jesús. La respuesta que da el Señor no responde directamente a las inquietudes de los griegos; el Jesús a quién podrán “ver” es el Jesús de la Pascua, muerto y resucitado, para dar mucho fruto. No podemos creer  si no es en el misterio de la Cruz, donde se manifiesta la Gloria de Dios donde se manifiesta la gloria de Dios.
La parte central del Evangelio de hoy empieza con una afirmación: “Ha llegado la hora”  La hora no es un momento cronológico. Todo el Evangelio de Juan se mueve entre la hora de Jesús que tiene que llegar (cfr. Jn. 2, 4; 7, 30; 8, 20) y la llegada de dicha hora (Jn. 12, 23; 13, 1; 17, 1). El sentido de esta frase es el momento cumbre  de su “glorificación” que Juan hace coincidir con el “ser levantado” en la Cruz que simboliza la muerte y resurrección.
Inmediatamente después viene la imagen del grano de trigo que tiene que morir para poder dar fruto: “ Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo, pero si muere, producirá mucho fruto (vv 23-24). Con ésta imagen, Jesús quiere decir a dos discípulos que tendrá que sufrir la pasión y la muerte, pero la pasión conducirá a una resurrección fecunda. En esta imagen es importante en contraste entre “queda infecundo” y “da mucho fruto” ¡Que manera más gráfica de expresar el sentido profundo de la muerte de Cristo: muerte en orden a la vida!
El mensaje sobre la pasión – muerte – resurrección, viene acompañado de una exigencia para la vida del discípulo: “El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna” (v25). Equivale a otra frase evangélica “El que quiera conservar su vida la perderá y el que la pierda por mí, la conservará” (Mt 10,39). Dicho de otra manera: quién apueste a vivir su vida en términos de “posesión egoísta” la perderá. Hablando en relación a la imagen del grano, en el primer caso dará vida, en el segundo caso quedará infecundo.
El que Jesús enfrente la muerte con determinación, fruto de la obediencia a la voluntad del Padre, eso no implica el que lo la enfrente con los miedos y temores propios de la debilidad humana: “Ahora tengo miedo ¿le voy a decir a mi Padre: Padre líbrame de esta hora? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre (vv 26-28).” Se oyó entonces una voz que decía: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”, uniendo la glorificación de Cristo con su muerte y su resurrección.
Al final del Camino cuaresmal, la Palabra de Dios nos revela el sentido de la Cruz y nos invita a la “desapropiación” para entrar con Él a vivir el misterio de su Pascua. Lo que se dice de Jesús con la parábola del grano de trigo (v24), se aplica del mismo modo al creyente: el desprendimiento de sí mismo, el dar la vida, fructificará en la vida eterna y como la de Jesús, será fecunda

domingo, 18 de marzo de 2012

Al encuentro con la Palabra


IV Domingo de Cuaresma (Jn 3, 14-21)
"Porque tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo..."
El texto de este domingo, forma parte de un texto más amplio que el el diálogo de Jesús con Nicodemo, en el que Jesús revela el alcance de su Misión en el mundo. En este diálogo, el Señor le habla a Nicodemo de la necesidad de volver a nacer de nuevo a una vida que viene de Dios, nueva realidad que este no entiende, e incluso interpreta de una manera material- Jesús anuncia el nuevo nacimiento que se realizará por el bautismo. Viene después el simbolismo de la serpiente:” Así cómo Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna “. En el texto es una alusión a la serpiente de bronce que Moisés levantó en el desierto, que curaba a quienes la miraban, “Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte; cuando una serpiente mordía a uno, miraba la serpiente de bronce y quedaba curado”. El libro de la Sabiduría lo interpreta así: tenían un emblema de salud como recordatorio del mandato de tu ley; en efecto, el que se volvía hacia él , sanaba no en virtud de lo que veía, sino gracia a ti Salvador de todos” (Sab 16, 6-7)
Para comprender el pasaje, es preciso adentrarse en el mundo de los símbolos, tan característicos del cuarto Evangelio. La serpiente recuerda la muerte, pero también su antídoto. De hecho, en la civilización mesopotámica en contacto con Israel, la serpiente era figura de la fecundidad. La elevación de Jesús en la cruz como maldito, aunque represente el culmen de la ignominia, constituye también el máximo de su gloria. Encontramos aquí la primera expresión de la teología de Juan que hace coincidir la elevación en la cruz, en la que se manifiesta en todo su esplendor el amor salvífico de Dios y la glorificación del Crucificado – Resucitado.
En el v16, leemos: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por Él. El que cree en Él, no será condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en Él Hijo único de Dios”. Una afirmación que en cierta manera, contiene todo el espíritu del Evangelio en su síntesis.
“Creer” es una palabra que sale muchas veces en Juan. Tiene un sentido muy preciso: acoger a Jesús, su palabra, su estilo de vida (cfr Jn 1, 12; 8, 31.32; 10, 10)
El juicio o condenación que aparece en los vv 18 y 19, significa que la presencia de Jesucristo como luz del mundo, hace que tengamos que decidir si acogemos o rechazamos su salvación, su amor, su persona, su estilo de vida y el Reino que anuncia. Es éste el juicio: no que él haga de juez, sino que no provoca para que nosotros mismos decidamos. Es el hombre el que en su libertad acepta o rechaza la luz.
La cuaresma ya está avanzada, no vamos acercando cada vez más a la fiesta de la Pascua. La Palabra de Dios se está volviendo cada vez más cuestionante. Hoy el Evangelio ha empezado a introducirnos en el misterio del crucificado – resucitado como fuente de vida y de luz, expresión máxima del amor infinito del Padre por la humanidad entera

domingo, 11 de marzo de 2012

Al encuentro con la Palabra


III Domingo de Cuaresma (Jn 2, 13-25)
“No conviertan en un mercado la casa de mi Padre”

El episodio de la purificación del templo los tres sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas, lo ponen al final del ministerio de Jesús, después de su largo viaje a Jerusalén, en los días anteriores al drama de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo; es uno de los elementos que van a desencadenar la muerte del Señor.
En el Evangelio de San Juan, este episodio reviste una importancia singular: el evangelista lo pone al inicio de su ministerio, abre la predicación de Jesús, además acontece cerca de la fiesta de Pascua judía. La Pascua de los judíos debía celebrarse en el templo, con el sacrificio de víctimas, para conmemorar las obras maravillosas de Dios en la liberación del pueblo de la esclavitud de Egipto. Además si vemos el contexto inmediatamente anterior y posterior al texto de la purificación del Templo, comprenderemos mejor su significado. El texto inmediatamente anterior, habla del milagro realizado en las bodas de Canán, cuyo significado es: Jesús es el nuevo vino del Reino que ya no puede ser contenido en odres viejos y que supera las tinajas vacías que contenía el agua para las purificaciones de los judíos (símbolo del status religioso que llega a su fin) Viene una nueva manera de relacionarse con Dios
El contexto inmediatamente posterior al texto de este domingo, es el diálogo con Nicodemo, donde Jesús habla del “nuevo nacimiento” , la vida nueva que viene del agua y del Espíritu. La novedad de Jesús que se manifiesta en términos de “vida nueva”.
Dentro de este contexto , el texto de la purificación del templo adquiere también un significado de novedad: no se trata de un gesto que pudiera tener un sentido meramente ético, que sin duda lo tiene: corregir una conducta inapropiada de quienes habían profanado el templo de Jerusalén. E gesto de Jesús (V 5 -16) es una acción simbólica al estilo de los grandes profetas de Israel. Expresa su desacuerdo con el abuso de los comerciantes y los cambistas instalados en el atrio de los gentiles y recuerda que el templo tenía que ser el lugar de una verdadera relación con Dios y no puede ser manipulado por los intereses económicos de nadie.
Pero el gesto de Jesús no se refiere sólo al aspecto mercantil que ha adquirido la religión. Es “signo” de  la novedad que viene de Dios: el viejo sistema cultual ha llegado a su fin, los sacrificios ya no tienen sentido. A partir de ahora bastará con el único sacrificio de su Muerte y Resurrección. “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré (V 18) se refiere a la muerte y resurrección (V 22). Por tanto, el nuevo y verdadero templo de Dios es Jesús, la humanidad del Resucitado.
La presencia de Dios en el mundo se da en Él, es el único camino hacia el Padre, es el nuevo espacio en el que Dios entra en comunión con el hombre y el hombre con Dios. Empieza también un nuevo sistema cultual: en el cristianismo, el culta a Dios es sobre todo interior, comporta el ofrecimiento de la propia existencia (Rm 12, 1) y tiene que hacerse en “Espíritu y verdad” (Jn 4, 23) como le dirá Jesús a la samaritana .
Desde esta perspectiva la narración del episodio de la purificación del templo, es signo de otra novedad: en contraposición con el templo antiguo y el antiguo culto abandonados por Dios a causa de la infidelidad y las profanaciones (cf. Ez 10, 18-55), el Cuerpo de Cristo resucitado, se convertirá en el nuevo templo (VV 1-21) para un nuevo culta en “Espíritu y verdad” (cf. Jn 4, 23).

domingo, 4 de marzo de 2012

Al encuentro con la Palabra


II Domingo de Cuaresma (Mc 9, 2-10)
“Este es mi Hijo muy amado Escúchenlo”

Marcos narra el acontecimiento de la transfiguración al comienzo de la segunda parte de su Evangelio, cuando Jesús comienza a hablar abiertamente del misterio de su Pasión a sus discípulos, que le habían reconocido como Mesías (8, 29); ahora deben comprender su misterio de Hijo de Dios transfigurado, ya la vez, el Siervo doliente. Seguramente el primer anuncio de la Pasión ha de haber suscitado no únicamente el escándalo de Pedro, sino también una serie de interrogantes y cuestionamientos que no acaban ni de entender ni de asumir. 
Ahora Jesús lleva a tres de sus discípulos: Pedro, Santiago y Juan, los mismos que serán testigos de su agonía en Getsemaní, a un monte elevado donde manifiesta su gloria transfigurándose ante ellos, para que no vacilen en la fe.
El relato está lleno de simbolismos. El “monte alto” indica la proximidad de Dios, el espacio donde Dios se revela. Moisés y Elías hablando con Jesús representan, según algunos, La Ley y los Profetas, las dos grandes fuentes de la Antigua Alianza que encuentra su cumplimiento pleno en Cristo. Por tanto, la Antigua Alianza, La Ley y los Profetas ha sido transfigurada: ya no son tablas de piedra; el cumplimiento de los profetas, la nueva ley y la nueva Alianza, es el mismo Jesús. Basta con escucharlo a Él.
La nube que los envuelve es signo de la presencia de Dios (cfr. Ex 24, 15-16; 40, 35) que acompañó continuamente al pueblo elegido en su camino en el desierto. De la nube sale la voz divina que proclama a Jesús como Hijo predilecto. En el momento del Bautismo, la voz se dirigió a Jesús para confirmarlo e investirlo en su Misión (1, 11); ahora se dirige a los discípulos: Jesús es el Hijo predilecto al que hay que escuchar, seguir, obedecer, porque su testimonio y profecía son veraces.
Después de resonar, la voz divina cesó la visión: Jesús vuelve a ser el compañero de camino, pera la meta de este camino resulta incomprensible a los discípulos, que envueltos  por el misterio, guardan silencio sobre los hechos que han experimentado como testigos.
Al final del Evangelio, cuando bajan de la montaña Jesús les manda no contar a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos (v. 9)  “Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí que querría decir esto de resucitar de entre los muertos” (v. 10)
Esta misma pregunta sigue suscitando cantidad de cuestionamientos a nosotros y a los creyentes de todos los tiempos. Sobre todo ante las crisis de la vida el cuestionamiento se hace mas acuciante.
En la trasfiguración, Jesús ofrece a los tres discípulos la visión luminosa depara mostrarles el final del oscuro túnel de la Pasión poco antes anunciada. A ti está la voz del Padre para confirmarlo: Él es el Hijo predilecto que cumplirá su designio; es el testimonio veraz cuando pide a sus seguidores negarse a sí mismos y llevar la propia cruz detrás de Él
Todo esto deberá quedar clara a los discípulos y a nosotros, pero todavía tiene su mezcla de oscuridad: la nube, luz de la presencia de Dios, nos envuelve siempre en la sombra y la revelación no elimina el Misterio. Permanecer en el seguimiento no llevará a madurar en la fe y a reafirmar la conciencia de la certeza que queda en nuestro corazón: Jesús es el Hijo  que el Padre que ha entregado por nosotros; el compañero que nos abre el camino hacia la resurrección plena. Este es el mensaje esperanzador del Evangelio de hoy.