I Domingo de Cuaresma (Mt 4,1-11).
Jesús plenamente humano, fiel al proyecto del Padre.
En este primer domingo de cuaresma la liturgia de la Iglesia nos invita a contemplar a Jesús tentado por el mal y fiel al proyecto del Padre. El relato de las tentaciones, común a los evangelios sinópticos (Mc 1,12-13; Lc 4,1-13), aparece como clara revelación acerca de la naturaleza humana de Jesús, pues la tentación es una experiencia propia de los seres humanos, en la que nuestros deseos se sienten atraídos por el mal, encarnado en personas, bienes materiales, lugares, intereses, etc., seduciendo la voluntad para tomar decisiones contrarias al proyecto de Dios. Contemplar a Jesús tentado en el desierto, para los cristianos significa reconocerlo plenamente humano, como uno de nosotros. Contemplarlo firme, fiel al Padre, es motivo de esperanza, puesto que en Él y como Él nosotros también podemos vencer el mal, en las tantas formas que hoy busca seducirnos.
El evangelio de Marcos, que es el más antiguo en su redacción, solo menciona el hecho de que Jesús fuera tentado, pero no describe bajo que forma, mientras que Lucas y Mateo que son contemporáneos en su redacción, pero más tardíos, describen tres hechos específicos, a través de los cuales el espíritu del mal busca seducir su corazón. En estos hechos están representadas circunstancias en las que los seres humanos constantemente nos vemos involucrados, traicionando los ideales de la fe cristiana y adulterando el proyecto del Reino que Dios quiere para nosotros. La primera tentación habla del consumismo feroz del que constantemente somos presa, que nos lleva a buscar de manera obsesiva los bienes materiales, haciéndonos olvidar que el núcleo de la persona es el espíritu, el cual se alimenta de la Palabra que sale de la boca de Dios. La segunda tentación se describe estrechamente unida con lo sagrado, pues Jesús es transportado por el diablo a la ciudad santa y es colocado en el umbral del templo, para que dejándose caer los ángeles lo salven. Así, los seres humanos muchas veces nos acercamos al templo como signo de una religiosidad mágica, pensando que con nuestras devociones o expresiones de fe podemos manipular a Dios, de tal forma que quedaría obligado a resolver lo que a nosotros nos corresponde evitar o asumir con firme decisión. La tercera tentación presenta a Jesús frente al esplendor de la ciudad, signo de los poderes de este mundo, los cuales para adquirirse muchas veces implica traicionar nuestros más hondos ideales y valores, cayendo en servilismos indignantes, rindiendo reverencias adulantes y ofreciendo cultos idolátricos a personajes e instituciones que representan el poder político, económico, religioso, etc.
Jesús, Dios, gracias por revelarte tan humano, experimentando en tu propio corazón la sagaz seducción del reino del mal. Condúcenos con tu Santo Espíritu para vivir estos cuarenta días en actitud austera y silenciosa, propia de la espiritualidad del desierto, para que reconociendo y sumiendo nuestras inconsistencias, que nos exponen a las tentaciones del mal, seamos fieles como tú al proyecto del Padre.
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