martes, 27 de diciembre de 2011

Al encuentro con la Palabra


25 de diciembre: Navidad. Misa del día (Jn 1, 1-18).
¡Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros!

Este evangelio del día de Navidad, puede parecernos poco navideño. No nos muestra el Belén. No nos evoca las escenas que tanto han arraigado en la cultura de nuestro país y que tenemos asociadas a las fiestas que celebramos.
Pero el contenido es el mismo: la contemplación del Dios hecho hombre. Estamos ante lo que más ha costado, y sigue costando, de asumir a la humanidad: que Dios no permanezca en la lejanía de un cielo extraño a la vida humana y, al contrario, asuma la carne humana con todas sus consecuencias. Creer esto nos hace mirar el mundo y la humanidad con los mismos ojos de Dios, que lo contempla con amor y se da del todo porque lo ama: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único” (Jn 3, 16). Indudablemente, Él viene ahora a nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento.
El inicio del evangelio joánico, nos recuerda el inicio de la Biblia: “En el principio Dios creó el cielo y la tierra” (Gn 1, 1). Cuando Juan habla en nuestro texto de “la Palabra”, quiere referirse con claridad a Jesucristo, como lo aclara al final del prólogo.
Jesucristo es quien vive desde antes de la creación (v. 1), y Juan lo vincula a la realidad creada (v. 3). Él, ha intervenido en la creación, está unido al Creador, unido en la acción del que da la vida (5, 17). Y se convierte en la luz que ilumina a aquellos que han recibido esta vida (v. 9).
Jesucristo es “la luz verdadera que alumbra a todo hombre” (v. 9), pero no todos lo han conocido (v. 10), ni lo recibieron (v. 11). Estos últimos son “el mundo” (v. 10) y “los suyos”, los de “su casa” (v. 11). Cuando dice “el mundo”, Juan se refiere a la oposición radical que Jesús encontró y encuentra en su misión; pero también, a la realidad amada por Dios.
El amor de Dios por el mundo, se expresa en quela Palabra se hace carne”, es decir, Jesucristo, asume la condición humana en su vertiente de debilidad y de limitación. Dios asume esta condición humana y vive entre nosotros.
Gracias te damos Señor, por el misterio de tu encarnación. Gracias porque te has querido quedar entre nosotros. Así como contemplamos con ternura el nacimiento en nuestro hogar, concédenos en nuestra experiencia cristiana, no sólo contemplar con reverencia tu encarnación, sino también, tener la experiencia de tu amor en ella expresada y ser verdaderos testigos de “aquel que es la Palabra y se hizo hombre, y cuya morada permanece hasta hoy con nosotros”.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Al encuentro con la Palabra

¡Cristo ha nacido para nosotros! ¡Venid y Adoremos!

Adorar es  anonadarse ante la Grandeza Infinia,
Adorar es roconocer la Excelencia Suma,
Adorar es bajarnos hasta las profundidades de nuestra nada
y desde allí contemplar la magnífica excelsitud de Jesúd.

Vengan y adoremos al penqueño Niño en el que reconocemos la infina Majestad de Dios.

Que la Paz y el Amor que Cristo vino a traer al mundo, inunde su corazón y sus hogares

                                                             ¡FELIZ NAVIDAD!

domingo, 18 de diciembre de 2011

Al encuentro con la Palabra


CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO (Lc 1, 26-38)
María “Cumbre del Adviento”

En los tres domingos anteriores, nos han venido conduciendo en el camino del adviento, el profeta Isaías - el profeta de la esperanza - y Juan el Bautista, que nos ha invitado a entrar en un camino de conversión para poder llegar a la Navidad; prácticamente nos ha dicho: no hay Navidad sin conversión.
En éste IV Domingo, casi a las puertas de la Navidad, aparece un nuevo personaje: María, que es la cumbre del adviento, la persona que encarna el espíritu del Adviento en su sentido más profundo.
Dos son los centros de interés fundamentales en el texto de Lucas de la anunciación a María: el anuncio del nacimiento de Jesús y la vocación de María a ser sierva del Señor.
Jesucristo se presenta como el “signo” de la fidelidad de Dios, que mantiene las promesas hechas a David: “se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (vv.32-33) Todos los elementos de la promesa a David se funden y se realizan en Jesucristo porque es el Mesías perteneciente a la familia de davídica y es el Hijo hecho hombre, el nuevo templo, la casa que Dios ha perpetuado para que Él y el hombre se encuentren; además Jesús es el rey que lleva a cabo el verdadero ideal del Reino, un ideal de justicia, de paz y fraternidad y su don es lo que constituye una parte del centro del Evangelio de hoy.
Pero esta fidelidad se manifiesta observando la actitud de María, como la que hace posible este don con su “si”. Es cierto también que este fragmento que contemplamos hoy destaca especialmente la iniciativa de Dios en la encarnación de su Hijo: es Dios quién constituirá a Jesús como Mesías (v32); la concepción human es obra del Espíritu Santo (v35). Pero la sorpresa es que toda la acción de Dios se realiza precisamente en la “carne” humana. Es decir, la iniciativa de Dios se puede llevar a cabo si hay respuesta nuestra. El “si” de casa discípulo, permite a Dios llevar adelante su plan. Por eso decíamos que María es la cumbre del Adviento porque ella encarna la actitud del hombre que se abre incondicionalmente al don de Dios.
Que como María, el Señor nos haga capaces de sintonizar nuestros deseos con los suyos.  El “hágase en mi según tu palabra” no es una frase pronunciada con resignación, sino que brota espontáneamente de un ánimo profundo de adherirse a la Palabra de Dios y proyectado a nuevos deseos que sólo Él puede suscitar.
Además, las palabras del ángel: “porque no hay nada imposible para Dios” (v37) vienen a  dar respuestas a la pequeñez human ante semejante propuesta de Dios; es decir, para María y para nosotros, nada hay imposible cunado nos ponemos a disposición de la iniciativa de Dios.
A unos cuantos días de celebrar el cumplimiento de la promesa, María con su “si” nos introduce en le sentido del Adviento que culmina introduciéndonos en la vivencia profunda de  la Navidad.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Al encuentro con la Palabra


TERCER DOMINGO DE ADVIENTO (Jn 1, 6-8 y 19-28)
“Soy la voz que clama en el desierto”

Seguimos avanzando en nuestro camino del Adviento hacia la fiesta de la Navidad. Juan Bautista es una figura típica del Adviento. Hace ocho días aparecía la versión del Evangelista San Marcos, viviendo en el desierto e invitándonos a iniciar un camino de conversión para acoger al Mesías, cuya venida proclama ya cercana. Y el Bautismo que él daba en el Río Jordán  no era sino un signo penitencial que preparaba la acogida del Mesías anunciado por los profetas.
Ahora en el tercer domingo de Adviento aparece nuevamente la figura del Bautista en la versión de San Juan. En el Evangelio de Juan, el testimonio del Bautista remarca algunos aspectos de su identidad e indirectamente aspectos de la persona de Jesús que en Prólogo ya estaban insinuados. 
Muy probablemente la actividad del Bautista en el Jordán ya empezaba a levantar cierta inquietud en las autoridades religiosas de su tiempo, tanto por la gente que atraía como por el contenido de su mensaje. Es muy probable también que empezaran a surgir algunos comentarios identificándolo con el Mesías. Por eso de Jerusalén le envían una comisión de sacerdotes y levitas que pertenecían a la secta de los fariseos para preguntarle ¿quién eres tú? Y el testimonio del Bautista es muy claro; “Yo no soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta”. La insistencia de parte de los enviados se hace mas fuerte “Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? Hay dos frases que describen la identidad de Juan: “Yo soy la voz que clama en el desierto: Enderecen el camino de Señor ; como anunció el profeta Isaías” y la segunda “Este vino como testigo para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz”
Impresiona la claridad que el Bautista tiene sobre su identidad y su misión y la fuerza con que la manifiesta, no usurpa un papel que no le corresponde: él no es el Mesías, ni Elías, ni el Profeta; él no es la luz, sino testigo de la luz. Los enviados vuelven a la carga cuestionando “¿Entonces por que bautizas si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?” y Juan responde: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mi a quién yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”
La figura del Bautista representa lo que está llamada a ser la Iglesia: ella no es la luz sino testigo de la luz, ella es la voz que clama en el desierto, preparen el camino del Señor, es decir, puente que lleve a la fe en Cristo que es el único que salva.
Al acercarse la Navidad los cristianos somos invitados a clarificar nuestra identidad que es la misma del Bautista, y a purificar y fortalecer  nuestra fe, de tal manera que Cristo sea el centro de nuestra vida y de nuestra misión: somos testigos de la luz y voz que clama la presencia y la acción salvadora de Cristo en medio de los hombres. Desechar definitivamente  la tentación de usurpar un lugar que no nos corresponde.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Al encuentro con la Palabra


Segundo Domingo de Adviento (Mc 1, 1-8)
“Este es el principio del Evangelio de Jesucristo”

Hoy empezamos leyendo el Evangelio de Marcos que empieza con una introducción breve en su extensión pero densa en su contenido “Este es el principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” Para Marcos el evangelio de Jesús que es Cristo (Mesías) e Hijo de Dios, no comienza de repente con la venida de Jesús, sino con un tiempo de preparación. En este  tiempo de preparación se subrayan por lo menos tres elementos: el primero de los cuales es la Sagrada Escritura (vv2.3) ya que el evangelio de Jesús les dará una realización concreta y el evangelio solo se podrá comprender auténticamente releyendo y meditando incesantemente las páginas de los profetas, pero ahora interpretadas a la luz del acontecimiento de Cristo.
Pasa a continuación al segundo elemento: el envío de un profeta, el Bautista, capaz de indicar a la humanidad el camino del desierto, el lugar donde Dios ofrece la posibilidad de una auténtica conversión (vv4. 7-8). Según Marcos, el Bautista no insiste tanto en la  predicación moral como sobretodo, en la necesidad de esperar a “otro” . “Ya viene detrás de mi uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias”.
El tercer elemento es el mismo pueblo que por la predicación de Juan camina penitente hacia el desierto, como pueblo del éxodo. Por lo mismo se insinúa que está naciendo un pueblo nuevo, aunque se requiere una condición que el  hombre se ponga en camino, salga y se dirija al Bautista para acoger su mensaje de conversión.

En este segundo domingo de Adviento damos un paso más. Se va clarificando lo que significa la  preparación para la fiesta de la Navidad. Una metáfora domina las lecturas de hoy: el la del “camino”.  Hacer el camino hacia la Navidad significa entrar en un proceso de cambio, de conversión. Y con imágenes muy claras se van describiendo actitudes y acciones para realizar en nuestra vida: “Que todo valle se eleve” ( hay cosas que tenemos que poner). “Que todos monte y colina se rebajen” (hay cosas que tenemos que quitar). “Que lo torcido se enderece” (hay cosas que tenemos que enderezar en nuestra vida); “Y lo escabroso se allane” (hay cosas que tenemos que aplanar).   No habrá Navidad si no preparamos el camino, es decir si no entramos en un proceso de conversión, de cambio profundo en nuestra vida.

Otro elemento que aparece en el Evangelio de hoy es que Juan Bautista se ubica desde un principio en su lugar: el importante no es él, sino el que viene después él, él sólo bautiza con agua (signo penitencial), pero el que viene después de él, bautizará con el Espíritu Santo  (la nueva creación que empieza a manifestar). Juan no usurpa el lugar de Cristo, sólo prepara el camino para que el hombre pueda llegar a Cristo.

Hoy la figura austera del Bautista nos exhorta a recorrer el camino del Adviento como un proceso de conversión para acoger a Aquel que nos bautizará con el Espíritu Santo.

Al encuentro con la Palabra


Segundo Domingo de Adviento (Mc 1, 1-8)
“Este es el principio del Evangelio de Jesucristo”

Hoy empezamos leyendo el Evangelio de Marcos que empieza con una introducción breve en su extensión pero densa en su contenido “Este es el principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” Para Marcos el evangelio de Jesús que es Cristo (Mesías) e Hijo de Dios, no comienza de repente con la venida de Jesús, sino con un tiempo de preparación. En este  tiempo de preparación se subrayan por lo menos tres elementos: el primero de los cuales es la Sagrada Escritura (vv2.3) ya que el evangelio de Jesús les dará una realización concreta y el evangelio solo se podrá comprender auténticamente releyendo y meditando incesantemente las páginas de los profetas, pero ahora interpretadas a la luz del acontecimiento de Cristo.
Pasa a continuación al segundo elemento: el envío de un profeta, el Bautista, capaz de indicar a la humanidad el camino del desierto, el lugar donde Dios ofrece la posibilidad de una auténtica conversión (vv4. 7-8). Según Marcos, el Bautista no insiste tanto en la  predicación moral como sobretodo, en la necesidad de esperar a “otro” . “Ya viene detrás de mi uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias”.
El tercer elemento es el mismo pueblo que por la predicación de Juan camina penitente hacia el desierto, como pueblo del éxodo. Por lo mismo se insinúa que está naciendo un pueblo nuevo, aunque se requiere una condición que el  hombre se ponga en camino, salga y se dirija al Bautista para acoger su mensaje de conversión.

En este segundo domingo de Adviento damos un paso más. Se va clarificando lo que significa la  preparación para la fiesta de la Navidad. Una metáfora domina las lecturas de hoy: el la del “camino”.  Hacer el camino hacia la Navidad significa entrar en un proceso de cambio, de conversión. Y con imágenes muy claras se van describiendo actitudes y acciones para realizar en nuestra vida: “Que todo valle se eleve” ( hay cosas que tenemos que poner). “Que todos monte y colina se rebajen” (hay cosas que tenemos que quitar). “Que lo torcido se enderece” (hay cosas que tenemos que enderezar en nuestra vida); “Y lo escabroso se allane” (hay cosas que tenemos que aplanar).   No habrá Navidad si no preparamos el camino, es decir si no entramos en un proceso de conversión, de cambio profundo en nuestra vida.

Otro elemento que aparece en el Evangelio de hoy es que Juan Bautista se ubica desde un principio en su lugar: el importante no es él, sino el que viene después él, él sólo bautiza con agua (signo penitencial), pero el que viene después de él, bautizará con el Espíritu Santo  (la nueva creación que empieza a manifestar). Juan no usurpa el lugar de Cristo, sólo prepara el camino para que el hombre pueda llegar a Cristo.

Hoy la figura austera del Bautista nos exhorta a recorrer el camino del Adviento como un proceso de conversión para acoger a Aquel que nos bautizará con el Espíritu Santo.