domingo, 25 de agosto de 2013

Al encuentro con la Palabra


Domingo XXI
“Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta”

El contexto del Evangelio de hoy lo da la frase con que empieza “Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos mientras se encaminaba a Jerusalén”. Jesús va camina a Jerusalén y aquí “el camino” más que un espacio físico por recorrer, es todo un símbolo: el camino del discipulado, Jesús que va instruyendo a sus discípulos en las exigencias del seguimiento e introduciéndolos en el misterio de su Pascua.
En este contexto surge una pregunta que le hace un personaje anónimo, que refleja el ansia y la mentalidad del mundo religioso judío, aunque también un problema que se plantean legítimamente los creyentes de todos los tiempos: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”.  Jesús no responde directamente a la pregunta. La respuesta del Señor a esta pregunta nos hace comprender que lo que cuenta no es encontrar una solución a preguntas abstractas , “son pocos” o “son muchos” ¿de que sirve saberlo? Lo importante es implicarse con Él en un compromiso personal serio y exigente: “Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta”.
Esta frase responde a otro tipo de planteamiento ¿por qué caminos y con qué estilo de vida se accede a la salvación que Dios quiere darnos? Esto es lo verdaderamente importante. En tiempos de Jesús, la rama mayoritaria del rabinismo, insistía en que todo Israel participará en la salvación del mundo futuro por el simple hecho de pertenecer al pueblo elegido. Jesús echa abajo esta perspectiva afirmando que se acede a la salvación no por “privilegios” de raza o nación, sino que es preciso “entrar por la puerta, que es angosta”
De esta manera Jesús corta de raíz la reacción de quienes entienden su mensaje como una invitación al laxismo. Sería burlarse del Padre. La salvación no es algo que se recibe de manera irresponsable de un Dios permisivo. No es tampoco el “privilegio” de algunos elegidos, no basta ser hijos de Abraham. No es suficiente haber conocido en Mesías.
Jesús no quiere engañarnos. No basta simplemente con creer de palabra. No es suficiente con el sólo hecho de ir a Misa los domingos y llamarse “cristiano”, si esto no tiene ninguna incidencia en la vida.
Para entender correctamente su invitación a “entrar por la puerta, que es angosta!, hemos de recordar las palabras de Jesús que podemos leer en el Evangelio de Juan: “Yo soy la Puerta; si uno entra por Mi, se salvará” entrar por la puerta angosta es seguir a Jesús, acoger su Palabra, aprender a vivir como Él; tomar su cruz, entregar la vida como Él la entregó y confiar en el Padre que lo ha resucitado.
En este seguimiento de Jesús no todo se vale, no todo da igual; hemos de responder al amor del Padre con fidelidad. Lo que Jesús pide no es rigorismo legalista, sino amor radical a Dios y al hermano.
Por eso su llamada es fuente de exigencia, pero no de angustia. Jesús es una puerta siempre abierta, nadie la puede cerrar. Solo nosotros si nos cerramos a su perdón; al cambio.
Por otro lado ¿qué significa hoy la invitación de Jesús a “entrar por la puerta, que es angosta”?; vivimos en una sociedad que cada vez es mas permisiva y que ha olvidado que el esfuerzo y la disciplina son absolutamente necesarios. No hay otro camino. Si alguien pretende lograr su realización por el camino de lo agradable y placentero, por el camino del “menor esfuerzo” característico de esta sociedad, pronto descubrirá que cada vez es menos dueño de sí mismo. Nadie alcanza en la vida una menta realmente valiosa sin renuncia y sacrificio.
Esta renuncia no ha de ser entendida como una manera tonta de hacerse daño a sí mismo, privándose de la dimensión placentera que entraña vivir saludablemente. Se trata de asumir las renuncias necesarios para vivir de manera digna y positiva. En otras palabras se trata de asumir las exigencias del seguimiento de Jesús, sin el cual no hay realización plena en la vida. La vida es don, pero también es tarea, se humano es una dignidad pero también implica trabajo. No hay grandeza sin desprendimiento;   no hay libertad sin sacrificio; no hay vida sin renuncia. Uno de los errores más graves de la actual sociedad permisiva es confundir la “felicidad” con la “facilidad”
 La advertencia de Jesús  conserva todo su valor también en nuestros días. Sin renuncia no se gana ni esta vida, ni la eterna. El don de la salvación es gratuita pero tiene sus exigencias.